Santiago 2: 1-12
Hermanos míos, no os hagáis maestros, muchos de vosotros, pues recibiremos un juicio más severo. Porque todos ofendemos en muchas cosas. Si alguno no ofende en palabras, es varón perfecto, capaz de refrenar todo su cuerpo. Ponemos freno en la boca de los caballos para que nos obedezcan, y así dirigimos todo su cuerpo. Mirad también las naves. Aunque tan grandes y llevadas de impetuosos vientos, son dirigidas con un timón muy pequeño, a voluntad del piloto. Así también, la lengua es un miembro pequeño, que se jacta de grandes cosas. Un pequeño fuego, ¡cuan grande bosque enciende! La lengua es un fuego, un mundo de maldad. Se halla entre nuestros mienbros, y contamina todo el cuerpo, inflama el curso de la naturaleza, y es inflamada por el infierno. Toda clase de bestias, aves, serpientes y seres marinos, pueden ser domados y han sido domados por el hombre. Pero ningún hombre puede domar la lengua, un mal irrefrenable, llena de veneno mortal. Con ella bendecimos al Señor y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, creados a semejanza de Dios. De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así. Acaso, ¿echa alguna fuente por la misma avertura agua dulce y amarga? Hermanos míos, ¿ puede la higuera producir aceitunas, o la vid higos? Tampoco una fuente de agua salada puede dar agua dulce.
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