Cuando llegó el tiempo, Isabel dio a luz un hijo. Los vecinos y los parientes oyeron que Dios había engrandecido su misericordia hacia ella, y se alegraron con ella. Al octavo día vinieron para circuncidar el niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre. Pero su madre, dijo: "No, sino que se llamará Juan". Le dijeron: "¿Por qué?. Entonces por señas preguntaron a su padre, cómo lo quería llamar. El pidió una tablita y escribió: "Juan es su nombre". Y todos se maravillaron. Al momento se soltó su boca y su lengua, y empezó a hablar y a alabar a Dios. Y el respeto se apoderó de todos los vecinos. Y en todas las montañas de Judea se divulgaron estas cosas. Y todos los que las oían, las grababan en su corazón, diciendo: "¿Quién será ese niño? Y la mano del Señor estaba con él.
Y Zacarías su padre, lleno del Espíritu Santo, profetizó:
"Bendito el Señor, Dios de Israel, que ha visitado y redimido a su pueblo, y suscitó una fuerza salvadora en la casa de David su siervo, tal como había prometido por boca de sus santos profetas desde tiempos antiguos; salvación de nuestros enemigos, y de manos de todos los que nos aborrecen. Para hacer misericordia con nuestros padres, y acordarse de su santo pacto, del juramento que hizo a Abrahán nuestro padre, de librarnos de nuestros enemigos, para que le sirvamos sin temor, en santidad y en justicia ante él, todos nuestros días.
Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor, para preparar su camino, y dar conocimiento de salvación a su pueblo, para perdón de sus pecados, por la tierna misericordia de nuestro Dios, por la cual el Sol naciente vendrá a visitarnos desde el cielo, para dar luz a los que habitan en tinieblas y sombras de muerte, y guiar nustros pies por el camino de la paz.
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